Hombres y mujeres de fe
siempre han añorado la aprobación de Dios. Intentamos obtener Su
aprobación por medio de acciones justas, expresiones de piedad y una
vida religiosa. Construimos hermosos edificios en Su honor. Nuestros
líderes espirituales hablan elocuentes mensajes mientras nos enseñan el
camino hacia Dios. Muchos tratan de ser perfectos. Otros reconocen su
incapacidad de alcanzar la perfección, y se rinden ante la posibilidad
de complacer a Dios. Pero, ¿qué es lo que tenemos que hacer para
complacer a Dios? ¿Cuáles son las cualidades que le agradan? Escuchemos
lo que dijo el profeta Isaías sobre cómo obtener la aprobación de Dios.
“Así dice el SEÑOR: ‘El cielo es Mi trono y la tierra el estrado
de Mis pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podrían edificarme? ¿Dónde
está el lugar de Mi reposo? Todo esto lo hizo Mi mano, y así todas estas
cosas llegaron a ser,’ declara el SEÑOR. ‘Pero a éste miraré: Al que es
humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante Mi palabra’” (Isaías 66:1-2).
Dios es Asombroso
¡Qué cuadro imponente de Dios! ¿Podemos aun comenzar a imaginarnos la
infinita magnitud de Dios? La tierra, única realidad de nuestro espacio
inmediato (excepto por algunos astronautas privilegiados), se describe
como banqueta o taburete para los pies de Dios, traducido a nuestras
Biblias como “estrado.” Cuán pequeños nos vemos ante Sus ojos. Sobre
siete billones de personas viven en Su banqueta. Los seres humanos somos
como microscópicos para Dios.
En ese pasaje anterior, Dios habla sobre la ironía de los esfuerzos
humanos en construir una casa para Él. La humanidad, con una arrogancia
injustificada, repetidamente ha intentado contener a Dios y ponerlo en
templos, incluso ha creído que lo puede controlar o manipular a su
antojo. Constantemente tratamos de redefinirlo, de ponerlo “en una
caja,” según nuestras propias ideas, propuestas teológicas y deseos
egoístas. Pensamos que lo comprendemos, pero Él dice en Su Palabra: “Porque
Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son
Mis caminos,’ declara el SEÑOR. ‘Porque como los cielos son más altos
que la tierra, así Mis caminos son más altos que sus caminos, y Mis
pensamientos más que sus pensamientos’” (Isa. 55:8-9).
Cuán asombroso es que ese mismo Dios, el infinito Creador del
universo, ame a la humanidad y desee tener una relación con nosotros. El
pasaje de Isaías 66 dice que hay tres cosas que Dios busca en una
persona: que sea humilde, que sea contrito de espíritu y que tiemble
ante Su Palabra.
El Humilde
La humildad es una de esas características por la cual raramente
oramos. ¿Cuán a menudo usted ora: “Señor, hazme humilde?” Quizás es
porque tenemos miedo de cómo Dios contestaría esa oración. Reconocemos
que los eventos que nos harán humildes serán difíciles o hasta
dolorosos. Quizás es porque ya estamos tan llenos de orgullo, tan llenos
de nosotros mismos, que ni siquiera queremos esa característica en
nuestras vidas. Sin embargo, Dios valora enormemente la humildad. La
humildad no es opcional para Dios. Pero para poder recibir Su
aprobación, debemos ser humildes.
Por lo tanto, ¿qué es la humildad? Ha sido definida como la actitud
apropiada de toda creatura humana hacia Su Divino Creador. La Biblia
señala la humildad de Moisés como algo digno de emular (Números 12:3).
Muchos otros héroes bíblicos también exhibieron esa cualidad en sus
vidas. Cuando Abraham valientemente intercedió por Sodoma, rápidamente
declaró su bajeza: “Ahora que me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza…” (Génesis 18:27).
Jacob, en su oración para que Dios lo libre de su hermano Esaú, expresó humildad: “Indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a Tu siervo” (Génesis 32:10). David estuvo dispuesto a perder su dignidad mientras alababa a Dios con toda su energía ante el arca de Dios. “Y aún seré menos estimado que esto, y seré humillado ante mis propios ojos…” (2 Samuel 6:22). El profeta Isaías clamó: “¡Ay
de mí! Porque perdido estoy, Pues soy hombre de labios inmundos y en
medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto
al Rey, el SEÑOR de los ejércitos” (Isaias 6:5).
Los Cristianos podemos asombrarnos de la manera en que Yeshúa (Jesús) demostró humildad en Su vida: nació en circunstancias muy humildes, lavó los pies de Sus discípulos, y finalmente aceptó la muerte indigna de un criminal en la cruz. “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que Se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
En el Judaísmo, la humildad se considera como la corona de la
estatura ética humana. Muchos rabinos y sabios Judíos hablan de la
necesidad de la humildad. El Talmud (comentarios rabínicos
sobre la tradición Judía y las Escrituras Hebreas) enaltece la virtud de
la humildad en términos muy elogiantes. El Rabino Meir, del segundo
siglo, aseveró que la verdadera prueba de humildad es la conducta del
hombre ante toda clase de personas, incluyendo los incultos e ignorantes
(Avot 4:12). El Rabino Janina b. Ida sugirió que sólo el que
es verdaderamente humilde puede alcanzar el conocimiento. Eso es lógico,
ya que la persona arrogante nunca quiere admitir su error, y como
resultado, la verdad siempre le elude. El Talmud señala que la extrema humildad del Rabino Hillel era su cualidad más digna de ser imitada (Shabbat 31b).
El erudito Judío Maimónides, en su Mishneh Torá, habló de la
siguiente manera: “Cuando una persona contempla las grandes y
maravillosas obras de Dios y experimenta un atisbo de la incomparable e
infinita sabiduría de Dios, inmediatamente lo amará y lo glorificará…
así como hizo David, diciendo ‘¡Mi ser entero anhela a Dios, al Dios
viviente!’ Se da cuenta que el hombre es una creatura pequeña, baja e
insignificante, con limitada inteligencia, frente a la presencia de
Quien es perfecto en todo conocimiento” (Yesode haTorah 2:2).
El Rabino Levitas de Yavneh dijo: “Uno debe ser muy humilde porque no
hay verdadera razón para el orgullo, considerando que finalmente cada
hombre será comido por gusanos” (Avot 4:4). Otros eruditos Judíos declararon: “Uno que es humilde será levantado por Dios, y uno
que es orgulloso será puesto en vergüenza. Es semejante al que procura
la grandeza y la grandeza le elude; pero el que lo evita, ciertamente
alcanzará grandeza” (Eruvin 13b).
¿Qué sucede cuando una persona se encuentra ante la presencia de
Dios? En las Escrituras, cada vez que un hombre tenía el privilegio de
estar ante la presencia Divina y de ver Su gloria, el hombre se
humillaba. Cuando Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente, Moisés
escondió su rostro (Éxodo 3:6). Isaías se sintió abrumado por la presencia de Dios y exclamó “¡Ay de mí!”
(Isaias 6:5). Ezequiel cayó de rostro en tierra (Ezequel 1:28). Pablo cayó
al suelo (Hechos 9:4). Juan el Apóstol cayó a Sus pies como si estuviese
muerto (Revelacion 1:17). En el libro de Revelacion, vemos un cuadro del
cielo, y los seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postran ante
el trono (Revelacion 4:10). Cuando la gloria de Dios llenó el Templo, los
sacerdotes no pudieron seguir ministrando (2 Crónicas 5:14).
Habrá bendición cuando nos humillamos ante Dios, y las Escrituras
declaran que Dios habita con el humilde (Isaias 57:15); el humilde
heredará la tierra (Salmos 37:11); Dios lo mira (Isaias 66:2); Dios da
gracia al humilde (Santiago 4:6); Dios exalta al humilde (1 Pedro 5:6; Lucas18:14) y Dios da buenas nuevas a los humildes (Isaias 61:1).
Paradójicamente, la recompensa al humilde es la grandeza. Los que
procuran la grandeza no la encuentran, pero los que sirven a Dios de
todo corazón y con espíritu humilde encontrarán que Dios no sólo los
mira con aprobación, sino que Dios los usa para grandes cosas en Su
reino. El ser humano se esfuerza por obtener grandeza, reconocimiento y
posición, pero las Escrituras dicen: “Humíllense en la presencia del Señor y El los exaltará” (Santiago 4:10).
El Contrito de Espíritu
Una de las maneras en que tratamos de obtener la aprobación de Dios
es en ser perfectos. Tristemente, ninguno podrá alcanzar esa posición.
Somos seres frágiles, sujetos a tentaciones y pecados. Dios nos creó
frágiles. ¿Entonces, no hay esperanza? Gracias a Dios, Él no usa la
perfección como criterio para agradarse de nosotros. Dios busca a
personas que se acerquen a Él con espíritu contrito cuando no puedan
cumplir con ese ideal. ¿Cómo usted responde cuando es confrontado con su
pecado y sus debilidades? ¿Intenta justificarse y aún continúa la
práctica pecaminosa? ¿O se cae de rodillas, se arrepiente y busca el
perdón de Dios por su fracaso?
La palabra Hebrea daka (דכא) es traducida al Español como el
estar “contrito,” y literalmente significa estar magullado o aplastado.
También tiene la connotación de ser golpeado, azotado, abatido y
lisiado. En términos modernos, dicha palabra describe a la persona
lisiada o incapacitada. El diccionario Webster describe contrición como estar sinceramente arrepentido; sentir profundo dolor y aceptación de culpa por haber hecho algo malo.
Cuando Dios dice que mira a la persona de corazón contrito, Dios mira
a la persona que, cuando peca, responde a sus acciones con profunda
tristeza. Es mucho más que un simple reconocimiento de su pecado. Es un
quebrantamiento ante el Santo Dios, que conduce al arrepentimiento y
distanciamiento del pecado, literalmente corriendo en dirección
contraria.
Muchos teólogos Cristianos distinguen entre el arrepentimiento por
temor al castigo y el arrepentimiento por amor a Dios con la
determinación de enmendar su vida.
Existe un puro arrepentimiento que proviene desde adentro, cuando uno
reconoce que necesita cambiar sus acciones para vivir rectamente
delante de Dios. Percibimos la diferencia entre el lamento de un pecado
por ser atrapado y el genuino arrepentimiento en la vida del rey David
en Salmos 51. David había pecado contra Dios y el hombre cuando tomó
la esposa de otro, a Betsabé, la impregnó y luego permitió la muerte de
su esposo para encubrir su pecado. Nos dice 2 Samuel 11:27 que Dios
estaba disgustado con la acción de David, pero Hechos 13:22 dice que
David era un hombre según el corazón de Dios.
¿Qué ocurrió para que Dios cambiara Su actitud hacia David? David
tenía un espíritu contrito delante de Dios. Cuando fue confrontado por
el profeta Natán, la respuesta de David por su pecado fue clamar a Dios
por perdón. Estas palabras fluyeron de lo más profundo de su espíritu
quebrantado y contrito: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a Tu
misericordia; conforme a lo inmenso de Tu compasión, borra mis
transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi
pecado” (Salmos 51:1-2).
Sí, David había pecado enormemente y contristó a Dios, pero también
era un hombre que amaba a Dios y se arrepintió de todo corazón. Hoy día,
cuando el Espíritu Santo nos convence de nuestras transgresiones, es
sabio que prestemos atención a esa convicción y nos arrepintamos ante
Dios para no complicar más las cosas y ser descubiertos, a nuestra
vergüenza. Tarde o temprano, tendremos que responder a nuestras
transgresiones.
El arrepentimiento y el perdón es un tema importante en el
pensamiento judío, al igual que en el cristiano. Cuando el Rabino
Eliezer ben Hircano dijo a sus discípulos que se arrepintiesen el día
antes de morir, le preguntaron cómo sabrían cuándo iban a morir. El
Rabino Eliezer respondió que uno debe arrepentirse diariamente, porque
uno pudiese morir al día siguiente (Shabbat 153a).
Stephen Katz, profesor judío en la Universidad Dartmouth,
dice: “No es suficiente que el hombre tenga la esperanza del perdón de
Dios y se lo pida. El hombre debe humillarse, reconocer su falta y
resolver apartarse del pecado… Una contrición interna debe ser seguida
por actos externos: el remordimiento debe ser traducido a hechos. Eso
representa el tomar dos pasos. Primeramente, el negativo: dejar de hacer
el mal, y luego el positivo: el hacer el bien” (Katz 111).
Los sabios Judíos enseñaron que Dios prontamente perdonará todo
pecado de alguien en Su contra, pero requiere que esa persona también
perdone las transgresiones de otros contra él o ella (BT Rosh HaShanan 17b).
En Mateo, Yeshúa dijo lo mismo: “Por tanto, si estás
presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu
ofrenda” (Mateo 5:23-24).
El Circunciso de Corazón
En cuatro ocasiones del Tanak (Génesis a Malaquías), Dios
dice a los Hijos de Israel que circunciden sus corazones. Eso revela que
Dios está interesado en la condición de nuestro corazón. Samuel dijo
que “Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”
(1 Samuel 16:7b). El escrutinio de Dios es mucho más profundo, y penetra
hasta el verdadero interior de nuestro ser. Cuando el corazón está bien
delante de Dios, nuestras acciones externas reflejarán esa realidad.
Desafortunadamente, personas “religiosas” de todas las edades han
evidenciado que es posible hacer lo correcto sin tener un corazón puro y
justo.
“El SEÑOR tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón
de tus descendientes, para que ames al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón
y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).
Recuerde que Yeshúa criticó a los fariseos por eso mismo: “¡Ay
de ustedes, escribas y Fariseos, hipócritas que son semejantes a
sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están
llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27). Se
veían limpios y justos desde fuera, pero esa no era la condición de sus
corazones. Ninguno de nosotros estamos exentos de eso, y debemos
constantemente mirar nuestros corazones y nuestras motivaciones, para
asegurar que sean puras. En el Salmos 139:23-24, David dijo: “Escudríñame,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve
si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno.”
Agraciadamente, las Escrituras nos dicen que Dios circuncidará
nuestro corazón, porque no tenemos la habilidad de cambiar nuestros
propios corazones, según la natural fragilidad humana. Requiere la obra
Divina de gracia.
El Que Tiembla Ante Mi Palabra
En el mundo Cristiano moderno, muchos parecen haber olvidado la reverencia de Dios y de Su Palabra. Dios buscará a aquellas personas que tomen Su Palabra en serio, que reconozcan la importancia de no tan sólo leerla, sino también de obedecerla.
Recuerdo haber escuchado la historia de una congregación en la previa
Unión Soviética que solamente poseía una página de la Biblia. Por años,
su pastor predicaba de esa única página. Crecieron en el Señor, pero
anhelaban más de Su revelación. Cuando recibieron una Biblia completa,
el pastor lloró de gozo. En contraste, mi familia tenía un anaquel lleno
de diferentes versiones de la Biblia, además de referencias,
concordancias y diccionarios, pero no teníamos la misma apreciación de
la Palabra de Dios como ese pastor. Es triste, pero muchas veces tomamos
la Palabra de Dios de manera muy liviana.
Dios no quiere que lo tomemos a Él ni a Su Palabra de manera liviana.
Él quiere que temblemos ante Su Palabra. La palabra Hebrea para
“temblar” en Isaías 66:2 es jared (חרד), que también significa
temer y reverenciar. ¿Así es como reaccionamos ante Dios y Su Palabra?
La Biblia es Su revelación a la humanidad. Nos ha dado Su libro de
instrucciones para la vida. Me pregunto cuánta tristeza podrá sentir
cuando nos ve tomar ese rico tesoro de verdad, promesa y bendición de
manera liviana.
El Gozo de la Palabra de Dios
En Israel, las Biblias y otros libros sagrados que se han desgastado
por el uso y el tiempo nunca son descartados. Son puestos en una genizá,
un lugar escondido, usualmente dentro de un muro en la sinagoga. Si
contienen el nombre de Dios, nunca pueden ser descartados. Muchos
antiguos manuscritos existen en museos hoy día porque alguien encontró
una genizá con libros escondidos desde hace muchos siglos. El
pueblo judío cree en la santidad de la Palabra de Dios, y la tratan con
mucho respeto. En cada celebración anual de Simjat Toráh (el
Gozo de la Palabra de Dios), cuando se comienza un nuevo ciclo de
lecturas desde Génesis a Deuteronomio, los miembros de la congregación
danzan con sus rollos de Toráh. A menudo continúan danzando por
las calles de su vecindario, mientras expresan su gozo y reverencia
hacia la Palabra de Dios. Eso también ocurre cada vez que reciben un
nuevo rollo de la Toráh.
Quisiera que todos respetáramos así la Palabra de Dios: que la leamos
y también actuemos según Sus palabras. Igualmente, Dios quiere que no
tan sólo respetemos el libro que contiene Sus Palabras, sino que
temblemos con temor ante las palabras que pronunció y permitamos que nos
cambien. El gran y poderoso Creador del Universo nos ha hablado. Él
sostiene nuestro futuro en Sus manos. Debemos caer de rostro ante Él,
así como hicieron los hombres de la antigüedad.
El profeta Joel dijo: “El SEÑOR da Su voz delante de Su
ejército, porque es inmenso Su campamento, porque poderoso es el que
ejecuta Su palabra. Grande y terrible es en verdad el día del SEÑOR, ¿y
quién podrá soportarlo?” (Joel 2:11).
Dios Espera por Nosotros
Dios no se interesa en nuestras tradiciones religiosas, nuestra
auto-justificación ni nuestro esfuerzo por obtener Su aprobación. Él no
aprueba de personas que simplemente sigan las reglas pero cuyos
corazones estén lejos de Él. Al contrario, Dios busca a hombres y
mujeres que reconozcan su necesidad de Él. Ellos reconocen que sin Él no
son nada. Él busca al que anda en humildad, al que es contrito de
espíritu, al que se arrepiente de todo corazón. Dios busca al que
escucha Sus palabras y permite que les cambie por dentro. Esa es la
persona a quien Dios mira. Esa es la persona que recibe la aprobación
del asombroso y santo Dios del universo. Esa es la persona que podemos
ser a medida que nos rindamos a Él, que tomemos el tiempo para aprender
de Su Palabra y permitamos que circuncide nuestro corazón. Yo estoy
listo. ¿Y usted?