El SEÑOR vive, Bendita sea Mi roca, y ensalzado sea el
Dios de mi salvación.” Salmo 18:46
El desierto del Néguev es uno de los paisajes más espectaculares del
mundo. Ese desierto consiste de escarpados riscos de piedra caliza,
enormes peñas y secos cauces de río tallados por las fuertes corrientes
repentinas, como las huellas que dejan los dedos cuando se arrastran por
la tierra.
Es hermoso y brutal a la vez. En el verano, las temperaturas pueden
alcanzar hasta 120⁰ F (49⁰ C). Un fin de semana, se encontraba un
grupo que ignorantemente caminaban por el desierto a pleno mediodía.
Alguien se percató de que la temperatura estaba en 114⁰ F (45⁰ C). Con
insuficiente agua, podría experimentar insolación. El agua en su botella estaba tan caliente que parecía que la había calentado sobre la
estufa. Sentía mareos y náuseas, y se le oscurecía la vista. Era
esencial que se salieran del sol de inmediato, y rápidamente buscaron una
sombra fresca bajo unas enormes peñas al pie de un risco. El alivio fue
indescriptible.
Eso fue lo que quiso decir el libro Isaías cuando describió el reino del Mesías “…como la sombra de una gran peña en tierra árida”
(Isaias 32:2). También podemos entender por qué la Biblia describe al Señor como
una Roca. Cuando nos apartamos del cuidado y la protección de Dios,
nuestros pasos se tornan confusos y erráticos; nuestra visión se nubla y
perdemos nuestro enfoque. El Señor dice que rescatará a los que le
aman, protegerá a los que confían en Su nombre y estará con nosotros
siempre (Salmo 91:14-15). Ese día, supe que el Señor era mi Roca, Adonai Tzuri.
Agua de la Peña
En el Tanak (Antiguo Testamento), la primera referencia de
Dios como nuestra Roca se encuentra en el Cántico de Moisés en
Deuteronomio 32. Mientras los hijos de Israel vagaban por el desierto
del Sinaí, el intolerable calor y la implacable sed tenían que haberles
debilitado en gran manera, así como a mis amigos y a mí 3,000 años
luego.
Los oídos de Moisés resonaban con las quejas desesperadas por agua, tanto de la gente como de los animales: “Entonces el pueblo discutió con Moisés, y le dijeron: ‘Danos agua para beber…¿Por qué nos has hecho subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?’” (Éxodo 17:2a, 3).
A su vez, Moisés clamó al Señor, y Dios le respondió: “Yo estaré allí delante de ti sobre la peña en Horeb. Golpearás la peña, y saldrá agua de ella para que beba el pueblo” (v. 6). Las Escrituras no añaden mucho más que eso, pero podemos imaginar su asombro y entusiasmo cuando el agua brotó de la peña, y todos se acercaron para beber, bañarse y llenar sus recipientes de agua.
En base a esa poderosa y milagrosa experiencia, Moisés proclamó que
Dios es una Peña o Roca. El Rabino Maimón notó que la palabra Hebrea por
roca, tzur, sugiere una fuente de agua (A. Clarke). Para los
hijos de Israel que perecían de sed en el desierto, Dios demostró que Él
era su Sostén, su Manantial de Vida y Fuente de agua que nunca se
acaba.
La Roca que les Seguía
Según un artículo por Biblical Archaeology Society [Sociedad
Arqueológica Bíblica], existe un misterioso fenómeno en el desierto que
se llama la “roca rodante.” Esas rocas se trasladan sobre la superficie
del piso del desierto arenoso de manera muy misteriosa.
El apóstol Pablo habló de una “roca espiritual” que seguía a los Israelitas en el desierto (1 Corintios 10:4). Según Pablo, los Israelitas fueron sostenidos por esa “roca espiritual que los seguía.”
Podemos estar bastante seguros que esa roca espiritual que Pablo
describió no era una de esas rocas misteriosas. ¿Pero a qué se refirió
cuando dijo que esa roca les seguía?
John Byron, en un artículo del Biblical Archaeology Review titulado “Paul, Jesus and the Rolling Stone” [Pablo,
Jesús y la Piedra Rodante], dijo que Pablo no fue el único en expresar
que la roca de agua les siguió por el desierto: “En otro documento del
primer siglo conocido como Antigüedades Bíblicas de Seudo-Philo,
leemos: ‘Pero respecto a su propio pueblo, los dirigió hacia el
desierto. Por cuarenta años Dios hizo llover pan del cielo, y les trajo
codornices desde el mar, y un manantial de agua les seguía’” (10.7).
Tanto Pablo como esa cita en Antigüedades Bíblicas perciben
que el agua de la roca continuamente suplía agua a millones de Israelitas y sus animales durante los 40 años en que vagaban por el
desierto. Un comentario o midrash (en Midrash Numeros Rabbah) también menciona que un Manantial de agua viva acompañaba al pueblo por el desierto.
En 1 Corintios 10:4, Pablo hace una comparación de esa Roca con Jesús (Yeshúa)
como “la Roca.” En el libro de los Efesios, Pablo describe a Jesús como
la “piedra angular” (Efesios 2:20), y Pedro aclaró que esa piedra angular
es “la piedra que desecharon los constructores” (1 Pedro 2:7).
Muchos eruditos Cristianos también creen que Jesús fue esa “Roca
rodante” que acompañó a los Israelitas, proveyéndoles de valiosa agua
durante todo su tiempo en el árido desierto.
En la Hendidura de la Peña
En el libro de Éxodo, vemos que el concepto de Dios como una Roca fue
solidificada. En Éxodo 33:18, Moisés pidió a Dios que le revelara Su
gloria. Necesitaba la seguridad de que Su presencia los acompañaría
hasta la Tierra Prometida. Pero ver el rostro de Dios implicaría una
muerte segura. Por lo tanto, el Señor le dijo: “Hay un lugar junto a Mí, y tú estarás sobre la peña; y sucederá que al pasar Mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con Mi mano hasta que Yo haya pasado. Después apartaré Mi mano y verás Mis espaldas; pero Mi rostro no se verá” (vs. 21-22).
Tenemos un bello dibujo sobre dos aspectos de la naturaleza de Dios:
Su compasión junto con Su poder. Dios protegió a Moisés del poder de Su
presencia al cubrirlo con Su mano y esconderlo en la hendidura de la
peña.
Después de que Moisés cortara dos nuevas tablas de piedra y
ascendiera nuevamente al Monte Sinaí, el Señor pasó delante de él y
proclamó Su nombre:
“El SEÑOR, el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).
Los nombres en la Biblia no sólo identifican a la persona sino que a
menudo describen el carácter del individuo, incluso a veces indican su
destino personal. Dios no sólo proclamó Su nombre a Moisés, sino que
proclamó la verdad, la belleza y la gloria de Su carácter. Moisés
respondió a las palabras de Dios al adorarlo con rostro en tierra (v.
8). Nuestra respuesta debe ser la misma. Dios quiere que le conozcamos y
que construyamos nuestra fe sobre ese conocimiento para llenarnos del
deseo de adorarle y aumentar nuestro asombro hacia Quien nos ama.
La Roca de Ana
Una de las más bellas y elevadas porciones de la Escritura es la
oración de alabanza y gratitud de Ana, a menudo considerada como una
expresión profética respecto a la venida del Mesías. Ana la cantó luego
de que Dios le concediera el deseo de su corazón: un hijo. Allí vemos
aspectos semejantes al cántico de Moisés.
Ana era estéril, y por largos años había llorado y clamado para que
Dios le diese un hijo. Sin embargo, era como si las puertas del cielo
estuviesen cerradas ante sus plegarias. Pero ella nunca titubeó en su
creencia de que algún día Dios contestaría su oración. Dios fue fiel, y
en su debido tiempo Ana tuvo un hijo y lo nombró Samuel, que significa:
“Se lo pedí a Dios, y Dios escuchó.”
Dios evidenció ser fiel a esa mujer, la Roca en quien ella puso su
confianza, y ella se regocijó grandemente. Y de la misma manera en que
Moisés exaltó la fidelidad de Dios, Ana lo adoró y cantó: “No hay santo como el SEÑOR; en verdad, no hay otro fuera de Ti, ni hay roca como nuestro Dios” (1 Samuel 2:2).
Mi Roca y Mi Fortaleza
La protección, la confiabilidad, el poder y la inmutabilidad de Dios
son ilustradas en la referencia del Salmista sobre Dios como su Roca.
David era un hombre que conocía bien el desierto, y pasó muchos años
huyendo del rey Saúl, quien lo quería matar. En esa tierra seca y árida,
David tiene que haber conocido el intenso calor del sol y la
refrescante frescura bajo la sombra de una peña o en la profundidad de
una cueva.
David se refirió a Dios como su Roca, su Protector, su Guardador y la
sombra a su mano derecha (Salmo 121:5). David sabía que en el momento
del fuego y la presión, Dios estaría allí para protegerlo física y
emocionalmente.
David a menudo se refugiaba en Ein Gedi (En Gadi, según
muchas traducciones Bíblicas), un riachuelo en un profundo desfiladero
entre altos riscos a ambos lados (1 Samuel 23:29). Los abundantes
manantiales proveyeron agua para que David y sus hombres bebieran,
cabras monteses para que pudieran cazar como alimento y había muchas
cuevas en donde se podían esconder del ejército de Saúl: 3,000 soldados
que Saúl había ordenado que encontrasen a David. Fue en una de esas
cuevas que David silenciosamente cortó una de las esquinas del manto de
Saúl (1 Samuel 24). Por años, David pudo eludir los entrampamientos de
Saúl, y claramente Dios lo protegía en tiempos muy peligrosos.
Durante todo ese tiempo, David se afirmaba sobre el sólido fundamento
de las promesas de esa Roca. Dios le había prometido el trono de
Israel, y su coronación ocurriría en el momento perfecto de Dios. David
podía confiar en que Él haría lo que había prometido, y Él se encargaría
del bienestar de David, quien declaró: “Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi baluarte, nunca seré sacudido” (Salmo 62:2).
La Roca Viviente
“No tiemblen ni teman; ¿No se lo he hecho oír y lo he anunciado
desde hace tiempo? Ustedes son Mis testigos. ¿Hay otro dios fuera de Mí,
o hay otra Roca? No conozco ninguna” Isaías 44:8
En el capítulo 19 de Lucas encontramos la historia de Yeshua mientras
descendía del Monte de los Olivos hacia Jerusalén sobre una asna. Una
multitud de Sus discípulos, por ambos lados del camino, echaban sus
mantos delante de Él y le alaban a gran voz, diciendo: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!”
(v. 38). Esa gritería irritó a algunos de los líderes religiosos,
quienes llamaron a Yeshua y le exigieron que regañara a Sus discípulos.
Pero Él les contestó: “Les digo que si éstos se callan, las piedras clamarán” (v. 40).
Ciertamente, si las piedras clamaran, ¡ese sería un evento
sobrenatural! Pero Yeshua reconocía algo que los científicos
recientemente han descubierto en el último siglo, que las piedras
realmente sí producen sonidos. Sus sonidos existen en frecuencias tan
bajas que el oído humano no los puede detectar. Sin embargo, algunos
campos rocosos alrededor del mundo pueden emitir unos claros sonidos,
como cuando uno martilla unos tubos metálicos. Los científicos
denominaron ese extraño fenómeno como “piedras vivas.”
A manera interesante, Pedro usó ese término para describir a Yeshua como “una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios…” (1 Pedro 2:4). Continuó diciendo acerca de los creyentes en Yeshua : “…también
ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para
un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a
Dios por medio de Yeshua HaMashiaj” (v.5).
Los Cristianos creemos que Yeshua es la Piedra Viva, fundamento sobre
la cual está firmemente construida la Iglesia. Es posible que Pedro
recordara las palabras de Yeshua en Cesarea de Filipo cuando le dijo: “…sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las Puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Pedro comprendió quién era esa Roca, y así lo proclamó en su epístola: Yeshua es esa Roca.
Los seguidores de Yeshua somos llamados a ser imitadores de Él,
también “piedras vivas” para la edificación de Su Iglesia. Somos un
edificio espiritual fundado no sobre la arena, sino sobra la Roca (Mateo 7:24), capaces de resistir firmemente en medio de la tormenta porque
hemos sido investidos en el interior con Su Espíritu y unidos a Él en
una comunión inseparable.
Un Fundamento Seguro
Los constructores, arquitectos y contratistas utilizan su destreza en el diseño y la construcción de cada
edificio. Sin embargo, estamos conscientes del triste hecho de que todo
edificio llegará al final de su utilidad y tendrá que ser derribado y
reemplazado por otra cosa.
Por la costa del Mar Mediterráneo se encuentran las ruinas de una
previamente maravillosa ciudad llamada Cesarea Marítima, ilustración de
su anterior gloria con un parcialmente restaurado anfiteatro e
hipódromo. Tiene que haber sido grandioso en su tiempo, tributo al
ingenio creativo de su arquitecto y constructor, Herodes el Grande. Pero
aunque Herodes trató de dejar un esplendoroso legado, esas estructuras
se encuentran en ruinas hoy día, y su famosa bahía ahora yace 15 pies
(4.5 metros) bajo el mar, dando una mera ilusión del monumento que
Herodes había construido.
El legado casi desaparecido del Rey Herodes fue construido sobre la
inestable arena de la costa Mediterránea, y ha sido abatido por las
tormentas, las olas y los terremotos. Herodes puso su confianza en las
arenas movedizas de su propia sabiduría, pero llegó a su inevitable
fecha de expiración. Si queremos que nuestro legado perdure, debe ser
construido sobre Aquel cuyo nombre y naturaleza es eterna.
La Piedra Fundamental
“Por tanto, así dice el Señor DIOS: ‘Yo pongo por fundamento en Sion una piedra, una piedra probada, angular, preciosa, fundamental, bien colocada. El que crea en ella no será perturbado’” (Isaías 28:16).
Jerusalén, también conocida como Sion, es central para el pueblo Judío, y el Monte Moriah (el Monte del Templo) es el lugar alrededor del
cual todo gira. La Escritura nos dice que el Monte Moriah fue el sitio
donde Abraham ató y casi sacrificó a Isaac (momento descrito en Hebreo
como el Akedá). Abraham alzó sus ojos y vio un carnero trabado en la maleza por los cuernos, y sacrificó el carnero en lugar de su hijo. “Y Abraham llamó aquel lugar con el nombre de El SEÑOR Proveerá [Adonai Yiré], como se dice hasta hoy: ‘En el monte del SEÑOR se proveerá’” (Génesis 22:14).
Más tarde, en el Monte Moriah, Salomón construyó un Templo al Señor, y
Dios prometió que Sus ojos y Su corazón estarían allí perpetuamente (1
Reyes 9:3). Su presencia descansaría para siempre sobre un cimiento de
piedra, llamado en hebreo Even haSh’tiyá. La tradición Judía
dice que el mundo fue creado y fundado sobre ese cimiento, el mismo
centro desde donde todo parte en cualquier dirección. Sh’tiyá
también significa “beber” en Hebreo, y los sabios Judíos creen que
debajo de ese cimiento se encuentra un manantial de agua que sale hacia
el resto del mundo.
La Roca de Israel
La Biblia fue parte fundamental e íntegra para el establecimiento del
moderno estado de Israel el 14 de mayo de 1948. En su Declaración de
Independencia, los padres fundadores se aseguraron de incluir la frase:
“…ponemos nuestra confianza en la Roca de Israel.” Aunque la inclusión
de esa frase fue combatida por un secularista, permaneció allí. David
Ben-Gurión dijo: “Cada uno de nosotros, a su propia manera, cree en la
‘Roca de Israel’ según la percibe.”
Algunos prefieren interpretar esa frase como una referencia a la tierra, Eretz Israel. Para los que creen en Dios, sin embargo, la “Roca de Israel” (Tzur Ysrael) puede ser sinónimo con el “Dios de Israel.” Como tzur
se refiere a una roca o peña, incluso una montaña, la nación de Israel
estará firmemente establecida sobre el Dios de Israel, un Dios de poder,
permanencia y confiabilidad, quien protegerá a la nueva nación en medio
de un vecindario extremadamente hostil. Como la historia ya ha
evidenciado, Dios ciertamente ha sido fiel con Su pueblo, lo ha rodeado
con Su protección divina, lo ha cubierto con Su mano y lo ha escondido
amorosamente en la hendidura de la Peña.
Bibliografía
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