La ‘menorá’ es el símbolo bíblico por excelencia. Su fina simetría lineal exhibe una excepcional belleza que es refrescante y vigorizante al espíritu humano. Desde el punto de vista estético, es una decoración atractiva para cualquier hogar o santuario. Pero a la misma vez, la ‘menorá’ evoca poderosas imágenes del divino, evidenciando al admirador que ésta es más que una mera pieza artística. Es un símbolo de lo celestial que trasciende la imaginación de artistas terrenales.
Aunque la ‘menorá’ fue originalmente diseñada para alumbrar el Lugar Santo en el Tabernáculo mientras los israelitas vagaban por el desierto, hoy día es principalmente sólo un símbolo. Después de pasado 19 siglos, la nación de Israel ha sido restaurada, y los modernos israelíes escogieron usar la ‘menorá’ como símbolo en su sello nacional, testimonio a la perdurable importancia en la conciencia colectiva judía. La antigua ‘menorá’ todavía testifica acerca del inextinguible e irresistible poder de la luz.
Debido a la extrema atención otorgada al diseño de la ‘menorá’, es evidente que su importancia estriba más en su simbolismo que en su utilidad práctica. Dios ordenó a Moisés que hiciera “un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el candelero;...y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero a un lado, y tres brazos al otro lado” (Éx. 25:31-32).
La ‘menorá’ es un símbolo concreto de Dios mismo, la verdadera fuente de luz. La lumbrera del medio es llamada por los judíos como la lámpara de Dios: ‘ner Elohim’. David exclamó: “Tú eres mi lámpara, oh Jehová; Mi Dios alumbrará mis tinieblas” (2 Sam. 22:29). De esa manera, David identificó a Dios como la ‘menorá’ que alumbra en medio de la oscuridad. El salmista también describió a Dios como “…El que se cubre de luz como de vestidura...” (Sal.104:2). En vez de decorarse Dios con los brillantes colores asociados con deidades paganas del antiguo mundo, Dios siempre se ha vestido de luz blanca y pura. La majestad de Dios iluminaba el Templo como la llama de un radiante candelabro.
La Palabra Divina, el Candelabro Dios
No es mera coincidencia que David dijera que la Palabra de Dios era luz a su camino: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal.119:105). De la misma manera en que una antorcha infunde confianza al que anda por una estrecha vereda una noche sin luna, también la Palabra de Dios ofrece dirección a la humanidad que anda sin luz, y lo encamina para que llegue a las puertas de vida eterna. Sin una clara visión del camino, la humanidad se desenfrena (Prov.29:18).
La Palabra de Dios es como una luz que brilla en medio de la oscuridad, señalando claramente por dónde andar. Encamina al justo hacia el “Lucero de la Mañana”, quien amanece en el corazón de cada creyente. “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (1 Pedro 1:19). La Palabra de Dios dispersa la oscuridad, la confusión, la ignorancia, el temor, la superstición y todos los peligros inherentes a la existencia humana. A pesar de que la condición del ser humano sea tan oscura, un pequeño rayo de la Palabra Eterna disuelve la oscuridad y trae claridad de propósito. Marca claramente el camino hacia el árbol de vida, de modo que el que anda, por torpe que sea, no se podrá extraviar (Is.35:8).
La luz de la ‘menorá’ corresponde a la ‘Torá’, la Ley de Dios, cuya llama eterna siempre alumbra el camino a la humanidad. Todas las instrucciones de Dios son luz espiritual para los hombres. Salomón resumió los Diez Mandamientos de Dios de la siguiente manera: “Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen...” (Prov.6:23). Los mandamientos de Dios son claros, y alumbran los ojos (Sal.19:8).
Mas adelante, en la plenitud de los tiempos, Dios reveló Su esencia y gloria cuando habló a la humanidad por medio de Su Hijo Unigénito, Jesús (‘Yeshúa’) el Mesías de Israel y el Salvador del mundo. El conocimiento de la gloria de Dios fue revelado en Su totalidad por medio de ‘Yeshúa’ (2 Cor.4:6). La Fuente de Vida salió de la propia esencia del Eterno Padre en la Persona del Unigénito, y manifestó la luz de Dios para que los hombres fuesen, y continúen siendo, iluminados. El candelabro de Dios, la ‘menorá’ encarnada, trajo la esencia del cielo a la tierra. Fue la Luz de los Hombres para que los seres humanos de toda tribu y lengua fuesen iluminados y atraídos hacia la Divina Presencia con la promesa de ser vestidos con la misma luz gloriosa y vida eterna que se manifiesta en ‘Yeshúa’, el Candelabro de Dios y la Luz de los Hombres (Juan 1:4-5,9). ‘Yeshúa’ mismo dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).
El Significado de la Luz
El primer acto en la creación de nuestro universo fue producto de la Palabra de Dios: “Sea la luz” (Gén.1:3). Repentinamente, surgió en medio de la oscuridad universal una luz que arropó el vacío del universo con la brillantez de Su eterna gloria. Es de profundo significado que lo primero que Dios creó fue la luz. En cierta medida, la luz que se presenció fue resultado de haber emitido parte de Su propia esencia por medio de la Persona de Su Palabra (o Verbo). La manifestación de la Palabra de Dios siempre produce luz (Salmo 119:130), una luz que penetra todas las esferas, desde la esfera más baja de lo natural hasta la esfera más elevada de lo espiritual, y todo lo que es luz se une a Él, quien es la Luz.
En las Escrituras, la luz se asocia tanto con el conocimiento como con la sabiduría. Por esta razón, la ‘menorá’ habla de iluminación--aprendizaje, entendimiento y comprensión. La luz del conocimiento hace que la vida sea significativa y satisfaciente. La luz también habla acerca de la sabiduría en todas sus formas. El hecho de que la ‘menorá’ del Templo fuese formada de una sola pieza de oro puro, y no de piezas unidas entre sí, implica que la sabiduría tiene una sola Fuente.
La ‘menorá’ evidencia que el conocimiento no se limita a una sociedad especial y exclusiva, sino que es accesible a todo hombre. La luz de la ‘menorá’ se manifiesta por medio de la diversidad de siete llamas, y no se limita a un sólo recipiente. Eso indica que todo ser humano tiene la capacidad de recibir y reflejar la luz. Lo único que se requiere es estar conectado a la fuente de luz, la ‘Menorá’ Viviente. La luz conduce al conocimiento y la acción, a medida que el Espíritu da comprensión y sabiduría, y produce en el ser humano el deseo de una vida moral y la realización plena de una vida perfecta.
El Árbol de Vida
La semejanza entre una ‘menorá’ y un árbol no es simple coincidencia, ni es producto de una imaginación fecunda. La forma de la ‘menorá’, cuyas ramas brotan de un tallo central, es claramente diseñada en imitación de un árbol. El pueblo judío siempre ha creído que la ‘menorá’ representa el árbol de vida. El candelabro es claramente un símbolo de la palabra de Dios, la que era lámpara para los pies de David (Sal.119:105). El árbol de vida también es identificado con la ‘Torá’, la sabia Palabra de Dios. Salomón declaró que la sabiduría “es árbol de vida...” (Prov.3:18). En el Apocalipsis, Dios dijo que aquellos que guardan Su Palabra tienen “derecho al árbol de la vida.” (Apoc. 22:14).Aún sin las llamas de fuego, la forma de la ‘menorá’ encierra gran significado, un mensaje acerca de la fuerza vivificante de Dios y el divino fundamento para toda existencia.
La combinación del árbol y el fuego se encuentra en la impresionante “zarza ardiente”, por medio de la cualDios inició el proceso de establecer a Su Pueblo Escogido. Dios mismo pronunció Sus Palabras divinas desde un arbusto que ardía sin consumirse (Éx.3:2). Quizás ésta fue una manifestación preliminar a Moisés, el que más tarde liberaría a Israel, sobre el rico simbolismo de la ‘menorá’. Deuteronomio 33:16 dice que Quien “habitó en la zarza” se manifestó a Moisés desde un arbusto ardiente. Desde el fuego de la ‘Shekiná’ salió la Palabra de Dios. De esa manera, la ‘menorá’ es como un árbol dorado, de cuya llama proviene la luz y la vida de la Palabra de Dios.
La ‘menorá’ también habla acerca de la vida eterna a través de la resurrección. Su aspecto de árbol, además de la forma en que se reproduce, nos da una enseñanza muy clara. Según la ley divina, el aceite puro para el candelabro tenía que venir exclusivamente del olivo. Los de la antigüedad consideraban al olivo como inmortal, por lo cual este árbol representaba la vida eterna. Actualmente, sobreviven algunos olivos de más de 2,000 años en el Jardín de Getsemaní sobre el Monte de los Olivos. Cuando se corta un olivo por el tronco, brota nueva vida de sus raíces en la forma del retoño, o ‘netzer ’.
Seguro que Job se refería al olivo cuando dijo: “Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; Retoñará aún, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva” (Job 14:7). En lo que pudiera ser el más antiguo de todos los textos bíblicos, Job expresó su esperanza personal en la futura resurrección: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación. Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos...Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 14:14-15; 19:25).
Israel, el Candelabro de Dios
El pueblo judío interpreta que las siete llamas de la ‘menorá’ son las almas de Israel en manera colectiva, siendo así luz a las naciones (Is. 42:6; 49:6). Desde el tiempo en que Dios constituyó a Israel como nación escogida, le ordenó que guardara Sus mandamientos y lo comisionó para que fuera lumbrera al mundo. “Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deut. 4:6). Israel debería ser ejemplo ante las naciones de una vida regida bajo las instrucciones de Dios. Sus vidas bendecidas y exitosas en obediencia a la Palabra de Dios alumbrarían a los gentiles, y ellos se convertirían a Dios. A medida que Israel exaltaba la luz de la ‘menorá’, Israel también sería exaltado.
La tradición judía dice: “Dios es la Luz del universo…pero ordena que se encienda una lámpara para devolverle luz a Dios… Por lo tanto, Dios ha dirigido a Israel por medio de Su luz, e Israel debe devolverle luz en gratitud… La luz de la ‘menorá’ nunca perece como tampoco debe el Templo, y su constante llama indica que las bendiciones de Dios para Sus hijos perduran para siempre” (Midrash Rabbah, Números 15:4).
Isaías confirmó la forma en que Israel sería Su testigo: “Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí” (Is. 43:10) Para que las naciones del mundo pudieran creer que sólo el Eterno es Dios, Israel fue escogido para ser testigo al mundo gentil. La orden fue: “Cuando enciendas las lámparas, las siete lámparas alumbrarán hacia adelante del candelero” (Num.8:1). Israel debería hacer que el fuego del candelabro de Dios alumbrara a toda la humanidad. No debería esconder la luz, sino ponerla en alto, exaltarla y glorificarla. Israel también fue exaltado sobre las demás naciones con ese propósito: “Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra” (Deut.14:2).Israel no fue exaltado para ser una raza superior, sino para que elevara la luz de Dios y así demostrar Su santidad.
Aún cuando Israel recibió la exquisita ‘menorá’ y la gloriosa luz, sabía mirar más allá del mero emblema para ver el radiante esplendor de la Luz Divina. Sabía que su propio resplandor y el de la ‘menorá’ dependían totalmente de Dios, tal como el profeta había declarado: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre tí” (Is. 60:1).Israel podía resplandecer solamente por causa de la luz gloriosa de Dios que había nacido sobre él.
El profeta Isaías habló acerca de la razón por la cual Dios escogió a Israel para alumbrar al mundo: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Is. 42:6).Añadió lo siguiente: “Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Is. 49:6).Aunque estas profecías son predicciones que finalmente serán cumplidas por el Mesías, también pueden ser aplicadas a Israel, el testigo corporativo escogido por Dios para ser Su ‘menorá’ a las naciones y llevar Su salvación a los confines de la tierra.
Para que Dios pudiese tener un vaso apropiado para irradiar Su luz, tuvo que formar a Israel según el patrón celestial de la ‘menorá’, un candelabro que pudiese alcanzar a todo el mundo. Israel no fue escogido por su propia grandeza. La intención de Dios en escoger a esa insignificante tribu nómada fue para iluminar sus vidas con la bendición de la ‘Torá’ y así ser Su ‘Menorá’ a las naciones. Por lo tanto, en los designios eternos de Dios, Israel no sería un fin en sí mismo, sino un medio para Sus propósitos. La meta de Dios era cubrir toda la tierra con Su verdad y gloria. Todos los hombres serían confrontados con la verdadera iluminación de la Palabra de Dios a través de Su pueblo escogido.
Por espacio de 3,500 años, Israel ha sido el candelabro de Dios y la luz a los hombres. Aunque muchos teólogos cristianos han opinado que Dios sustituyó su antiguo pueblo con la Iglesia, Pablo fuertemente niega tal aseveración: “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció... ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera” (Rom. 11:2,11). A pesar de todo esfuerzo genocida por apagar su luz, Israel todavía hoy día es la ‘Torá’ de Dios a las naciones, modelando la conducta ética según Dios y sirviendo como testigo de Su inmutabilidad (Mal.3:6).
"Vosotros Sois la Luz del Mundo”
Cuando ‘Yeshúa’ comisionó a Sus discípulos para ser la luz del mundo, estaba operando en completa concordancia con Su herencia judía. Su mandato “vosotros sois la luz del mundo” (Mat.5:14) no fue una idea nueva ni revolucionaria. ‘Yeshúa’ estaba simplemente comisionando a Sus apóstoles según la antigua orden de ser luz a las naciones. Primeramente, ‘Yeshúa’ se había identificado personalmente e individualmente con la Luz: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12).Cuando fue dedicado en el Templo, siendo bebé, Simeón lo declaró como el que cumpliría la profecía de Isaías al ser “luz del mundo.” Cuando el anciano sacerdote tomó a ‘Yeshúa’ en sus brazos, dijo: “Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Luc. 2:30-32).
La ‘Menorá’ viviente había venido para traer luz a Israel y las naciones. ‘Yeshúa’, el hombre perfecto, demostró a la humanidad no sólo lo que significaba ser plenamente divino, sino también lo que significaba ser plenamente humano. La humanidad en su máxima expresión fue manifiesta en ‘Yeshúa’, la primera vez que se presenciaba una humanidad pura desde la creación de Adán. ¿Será extraño, entonces, que Jesús fuera la ‘Menorá’ de Dios? Declaró enfáticamente: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Jn. 9:5).
Posteriormente en Su ministerio, ‘Yeshúa’ dijo a Sus discípulos que lo que Él era a manera individual, ellos iban a ser a manera colectiva. Siendo el Cuerpo del Señor, ellos serían la luz del mundo (Mat. 5:14).Ellos también serían la ‘menorá’ de Dios a las naciones. Como habían creído en ‘Yeshúa’, ellos manifestarían la luz mientras vivían una vida agradable a Dios, y en base a su fe en Dios. Pablo expresó claramente esta verdad: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad),comprobando lo que es agradable al Señor” (Ef.5:8-10).Pedro dijo que los gentiles también habían sido llamados de las tinieblas a la luz admirable de Dios, uniéndose a la nación escogida de Israel, “…para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó…” (1 Ped. 2:9), e iluminando así al mundo.
“Con Mi Espíritu, ha dicho el Señor”
La ‘menorá’ es parte central de una de las imágenes más poderosas en la profecía bíblica, la de Zacarías. Esta metáfora expresa poderosamente al judío y el cristiano la importancia de manifestar la luz divina de Su Espíritu Santo para lograr los propósitos de Dios en este mundo. Cuando regresó el remanente del pueblo judío a Jerusalén luego de la cautividad babilónica, hallo una devastación total, el cúmulo de deshechos y desperdicios de 70 años. El Templo, que una vez fue la realización arquitectónica más opulenta del mundo, yacía en fragmentos.
¿Cómo podría un pueblo tan endeble, carente de recursos y de miembros constituyentes, aún contemplar la reconstrucción del glorioso Templo que el rey David en antaño soñó, y su hijo Salomón construyó, luego de tan elaborada planificación, abundante capital, artesanos sin fin y cooperación internacional? Más del 80% de la población judía que fue llevada cautiva a Babilonia, incluyendo las mentes más brillantes, las manos más diestras y las espaldas más fuertes, prefirieron permanecer en esa tierra extranjera antes de regresar a Israel y enfrentar las enormes dificultades de la reconstrucción. Aparentemente, durante un momento de gran dificultad, una palabra vino a Zacarías. Un ángel lo despertó del sueño y le presentó una visión espectacular. Vio “un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él” (Zac. 4:2). El ángel entonces le explicó la visión. Le dijo: “Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4:6).
La visión de Zacarías se ha conservado como una palabra clara para el pueblo judío a través de las generaciones. Israel, más que cualquier otro pueblo, comprende que su supervivencia y éxito dependen totalmente de la provisión de Dios. Habiendo sobrevivido innumerables embates de discrimen, persecución y violencia, existe como un pueblo distinto a los demás solamente por los méritos del Pacto de Dios con ellos. Contra toda probabilidad de ser asimilados y conquistados por pueblos más fuertes, han mantenido su identidad distintiva porque Dios nunca cambia, y porque los dones y los llamamientos de Dios son irrevocables. Israel no existe por su propio ejército ni su propia fuerza, sino por el Espíritu Santo (Rom.11:29).
La Dedicación produce Luz
Una de las historias más notorias que envuelve simbolismo bíblico es la fiesta de ‘Jánuca.’ Representa el momento histórico en que los judíos ganaron una lucha que amenazaba arrebatar el mismo corazón y alma del judaísmo, y aniquilar toda subsiguiente religión bíblica. La figura central en esta historia es el candelabro, el símbolo de la Luz Divina.
Dada la importancia de la ‘menorá,’ esta Fiesta de la Dedicación también se conoce como la Fiesta de las Luces. ‘Jánuca’, celebrada generalmente en diciembre, recuerda el triunfo de la luz de la ‘menorá’ sobre el poder del dios pagano Zeus. La amenaza contra los judíos y el judaísmo era particularmente insidiosa, porque atacaba el fundamento mismo del judaísmo: su monoteísmo y su perspectiva del mundo. Antíoco Epífanes intentó hacer que Israel se convirtiera al helenismo a punta de espada, e inició un reinado de sangre y terror. Finalmente, los judíos fueron dirigidos por Judas, hijo de Matatías, en unas guerrillas que lograron expulsar a las fuerzas seléucidas de Judea. Debido a ese éxito, Judas fue conocido como el Macabeo, que significa martillo.
Cuando los macabeos victoriosos regresaron a Jerusalén, encontraron que el Templo había sido profanado, e iniciaron el trabajo de restaurar la adoración según era establecida por Dios. Hallaron que había sobrevivido sólo un pequeño frasco de aceite de olivas, suficiente para alumbrar la ‘menorá’ durante un día. Para preparar más aceite ritualmente puro, de modo que estuviese aceptable para la ‘menorá’ del Templo, precisaban de siete días. Según cuenta la tradición, luego de alumbrar el candelabro, el aceite fue milagrosamente multiplicado. Aunque el aceite consagrado debió haber durado sólo 24 horas, las llamas del candelabro alumbraron unos siete días más como testimonio de la aprobación de Dios, tanto por haber vencido las fuerzas paganas como por haber restaurado Su santuario según la prescripción de pureza ritual.
La victoria sobre Antíoco, y el milagro de las luces, fueron causa inmediata para una gran celebración entre el pueblo judío. Durante tiempos de ‘Yeshúa,’ la conmemoración anual de ‘Jánuca’ todavía era prominente entre los judíos de Judea. Jesús mismo subió a Jerusalén para tiempos de la fiesta (Juan 10:22). Hoy día, ‘Jánuca’ es posiblemente la segunda fiesta más celebrada por los judíos luego de la Pascua. Es importante para el pueblo judío, tanto por su sentido simbólico de la luz como por la victoria sobre la intrusión filosófica y religiosa griega en su monoteísmo ético. También es una celebración de la libertad para adorar al Creador según Dios había ordenado.
Alumbrando la ‘Menorá’
Durante la noche más oscura, cuando la opresión puede ser más hostigante, la ‘menorá’ debe brillar con más resplandor. Aunque el mundo esté en su momento más tenebroso, la luz del pueblo escogido de Dios, tanto de Israel como de la Iglesia, debe alumbrar con mayor intensidad. Por esa razón, Pablo enfatizó que los creyentes deberían resplandecer “como luminares en el mundo” en medio de una generación maligna y perversa (Fil.2:15). Cada creyente debe ser una “mini-menorá”.
Desafortunadamente, lo opuesto ha sido casi siempre cierto. Cuando la maldad ha tomado dominio, los hijos de Dios han sido demasiado débiles para confrontarla. La triste verdad es que tanto la Iglesia como Israel frecuentemente fracasaron en su misión de ser luz de Dios a las naciones. A pesar de haber recibido un perfecto manual de instrucciones sobre cómo alumbrar, el pueblo judío a menudo cayó en los pecados de aislamiento, separatismo, exclusivismo y elitismo, cualidades replicadas al detalle por la Iglesia Cristiana. Los “candelabros humanos” de Dios prácticamente se extinguieron, y su ‘menorá’ fue profanada al aceptar otras fuentes de luz, en violación a la luz verdadera, la Palabra de Dios.
Sin embargo, aún en medio de esta condición, Dios nunca rechazó a ninguno de Sus dos pueblos. La infidelidad de algunos hombres nunca anula la fidelidad de Dios hacia Su creación amada, la humanidad. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom.11:29). Vemos una gráfica ilustración de la fidelidad de Dios hacia Su pacto con Israel y la Iglesia por medio de las palabras de Isaías: “No acabará de romper la caña quebrada, ni apagará la mecha que apenas arde. Con fidelidad hará justicia; no vacilará ni se desanimará hasta implantar la justicia en la tierra. Las costas lejanas esperan su enseñanza” (Is. 42:3-4, NVI).
El término “caña quebrada” proyecta una imagen de una caña que ha sido abatida y caída. Por medio de la otra imagen, una “mecha que apenas arde”, podemos visualizar una lámpara que ha perdido su fuerza. Esta palabra profética representa al Israel histórico que ha sido abatido por el tiempo y su lámpara apenas arde.
Sin embargo, hay promesa de que Israel ha de sobrevivir. El pueblo escogido ha sido castigado, pero no destruido; su luz ha sido apaciguada, pero no extinguida.
Jeremías hizo una declaración semejante respecto a Israel: “Y la vasija de barro que él hacía se echo a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jer. 18:4). Aunque la vasija de barro perdió su forma mientras el artesano la moldeaba, no la descartó, sino que la continuó elaborando hasta hacer otra vasija que le fuera agradable. Dios siempre ha permanecido fiel a las promesas que hizo a Israel, y continuará trabajando hasta que llegue a ser una nación de honra y luz. ¡Dios nunca se rinde con Su pueblo!
Lo que las profecías de Isaías y Jeremías dicen acerca de Israel pueden aplicarse igualmente a la Iglesia, la que también frecuentemente ha sido como una caña quebrada y mecha casi apagada. La Iglesia también fracasó miserablemente en su encomienda de ser luz a las naciones. Sin embargo, Dios no se ha dado por vencido con la Iglesia tampoco. Con ambos pueblos, “…no se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia...” (Is. 42:4, Reina Valera 1960). ¡Dios no es una caña quebrada ni un pábilo humeante! Por ambos pueblos, quienes han sido referidos bíblicamente como “Sion”, no descansará “...hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha” (Is.62:1).Dios todavía logrará que Su antorcha alumbre sobre toda la tierra. Su verdad alumbrará la tierra por medio de Sus ‘menorás’ vivientes, individuos encendidos con Su luz, sean éstos de Israel o de la Iglesia.
En el cumplimiento de los tiempos, Dios enviará a Su Mesías y resucitará a los muertos. En esos momentos “los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan.12:3). La lámpara de Dios será la perfecta luz para la humanidad a medida que la “Menorá Viviente” llene la tierra del conocimiento del Señor, así como las aguas cubren el mar (Is.11:9).
Por John D. Garr, Ph.D., Th.D.
Fundador ‘Restoration Foundation ’
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Reseña Biográfica:
El Dr. John D. Garr es fundador y presidente de Restoration Foundation (“Fundación
Restauración”), una organización internacional que procura restaurar la Iglesia a sus inicios
bíblicos, recuperando e implantando los fundamentos de la fe cristiana. Trabaja como editor y
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Traducido por Teri S. Riddering
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