13 septiembre 2011

LAS SIETE ESPECIES


“Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, e aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella...” (Deut. 8:7-9).
 
Durante largo tiempo, los productos agrícolas descritos por Moisés como típicos de la tierra de Canaán han sido símbolo de toda la abundancia que Dios le prometió al pueblo israelita en su Tierra Prometida. Los siete productos mencionados llegaron a conocerse dentro del judaísmo como las Siete Especies y se convirtieron en frecuentes motivos para la decoración artística, la arquitectura y otros fines desde los tiempos antiguos hasta nuestros días.
 
A menudo el fruto de la tierra se resume en la Biblia simplemente como “tu grano, tu mosto, tu  aceite...” (Deut. 7:13, 11:14, 12:17), pero las Siete Especies representaban literalmente la dieta básica en toda sociedad agrícola. El pan de trigo y cebada era el sustento básico; el aceite proveía la sensación de saciedad, y también era utilizado para alumbrar las lámparas y aplicar como ungüento medicinal; el vino producía alegría. La granada producía un jugo refrescante. El higo y la miel de dátil eran utilizadas para endulzar la dieta, siendo un deleite especial en tierra cuyos condimentos principales eran lo salado, agrio y picante. (Se interpreta que la “miel” de las Siete Especies venía del dátil, según mencionado en el Talmud de Jerusalén [Bikkurim 1:3], porque coincide con la secuencia de maduración con relación a las otras seis especies).
 
Las Siete Especies se adaptan muy bien a la topografía y el clima de Israel, y todavía hoy día abundan por todas partes. Los turistas que visitan la tierra pueden fácilmente identificar estas plantas bíblicas, las que añaden color y variedad al paisaje: la gran palma del dátil, las anchas y lobuladas hojas del higo, y también las pequeñas hojas verdes y flores rojas del granado. En terraplenes, por las laderas de los montes, se observan a los olivos de color verde-grisáceo, los cuales producen alimento, aceite y sombra para hombres y animales, además de madera para tallar recordatorios de la Tierra Santa. Todavía se cultivan los granos de trigo y cebada, y se observan viñedos tanto en hogares como en los campos. Hemos sembrado en el jardín de nuestra oficina de Puentes para la Paz en Jerusalén cada una de las siete especies proveyendo un oasis de descanso y belleza en acorde con Deuteronomio 8:7-9.
 
Aunque las Siete Especies son bellas, útiles y nutritivas, existen en Israel otras plantas típicas, tales como el almendro y el algarrobo. También nos deleitan las rojas anémonas de primavera y los ciclaminos de invierno, que se asoman entre las piedras del campo. ¿Por qué Dios mencionó específicamente las Siete Especies para representar la abundancia de la tierra?
 
La respuesta se encuentra, no en una selección arbitraria de plantas interesantes, sino en un patrón climatológico complejo, el que conocía muy bien la antigua comunidad agrícola. Esta relación entre el viento y el clima se puede hallar a través de todas las Sagradas Escrituras.
 
EL HUERTO DE LA AMADA
 
En el capítulo 4 del libro de Cantar de los Cantares, Salomón describe detalladamente la belleza de su amada: sus atributos personales, sus encantos físicos, y sus palabras dulces y consideradas. La compara con un huerto cerrado, sembrado de todo tipo de fruta deleitosa y fragante. Aún en la actualidad, Jerusalén posee muchos jardines que están encerrados por altos muros, y es siempre un deleite lograr el vistazo de un sombreado jardín lleno de flores a través de una puerta entreabierta. La esposa de Salomón no desanimaba los profusos cumplidos ni la afectuosa admiración de su amado. Al contrario, con modestia y ardiente amor le respondió: “Levántate, Aquilón [viento del norte], y ven, Austro [viento del sur]; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta” (Cantares 4:16).
 
Estos versos implican una clara comprensión acerca de la importancia de los vientos. Se requieren ambos tipos de vientos para producir fruto abundante en un huerto. El viento del norte trae lluvia y rocío, mientras que el viento del sur trae consigo el calor que madura el fruto. Podría poseer todos los otros elementos necesarios para un buen huerto, como una tierra fértil, plantas saludables, altos muros para evitar que entre algún predador, pero si no recibía los variados vientos, el huerto sería un fracaso.
 
“LEVÁNTATE, AQUILÓN”
 
Israel es una tierra “en la parte central [literalmente, el “ombligo”] de la tierra” (Ezequiel 38:12). Su sistema climatológico es influenciado por el clima en Europa, África y Asia. Estos complejos sistemas crean un ciclo anual que incluye la estación fría y lluviosa, desde noviembre hasta abril, y la estación seca y cálida, entre mayo y octubre.
 
A medida que cambian las estaciones, cambian también los vientos. Los vientos se relacionan directamente con la lluvia, o la ausencia de ella. Proverbios 25:23 dice: “El viento del norte ahuyenta la lluvia...” (Otros significados del verbo “ahuyenta" en hebreo describen mejor el concepto por medio de las palabras “genera”, “crea” o “trae consigo”.)
 
Los vientos del norte y noroeste, cargados de humedad, cruzan sobre el estrecho territorio de Israel y traen consigo valiosas lluvias. Suplen agua para los acuíferos montañosos, los pozos, los riachuelos y el Mar de Galilea, proveyendo así su sustento vital tanto a hombres como a animales y aves. Las primeras lluvias de promesa caen en el otoño, y los últimos aguaceros de bendición pueden llegar a finales de la primavera (la lluvia “temprana y tardía”, según Jer. 5:24). Estas lluvias forman parte integral del ciclo agrícola en Israel. Luego de un largo y seco verano, las lluvias otoñales ocasionan que las semillas de la hierba comiencen a germinar. La tierra entonces se cubre de un fresco manto verde, el cual crece lentamente durante los fríos meses del invierno. La lluvia tardía, que puede traer tormentas y fuertes vientos norteños, es propicia para un largo período de crecimiento, particularmente de la cebada y el trigo. Se requiere que estos aguaceros lleguen durante ciertos meses críticos, luego de que el grano se haya comenzado a formar. Si llueve cuando el grano está demasiado maduro, el peso de la lluvia hará que las espigas se doblen y se pierda la cosecha.
 
Vemos ejemplo de ésto en 1 Samuel 12:17.Israel exigió que Dios le diera un rey, al igual que las demás naciones. Ésto desagradó a Dios, por lo que Samuel le dijo al pueblo lo siguiente: “¿No es ahora la siega del trigo? Yo clamaré a Jehová, y él dará truenos y lluvias, para que conozcáis y veáis que es grande vuestra maldad que habéis hecho ante los ojos de Jehová, pidiendo para vosotros rey.” Samuel y el pueblo sabían que la fuerte lluvia y el viento dañarían la cosecha de trigo y cebada, dado que ya estaban listos para la siega. El grano caería al suelo y se pudriría por exceso de humedad y calor.
 
“VEN, AUSTRO”
 
La primavera pasa rápidamente en Israel. En cuestión de pocos días, las lluvias de invierno se detienen, los cielos se aclaran, y comienza a soplar una cálida brisa desde el sur. Lucas 12:55 dice: “Y cuando sopla el viento del sur, decís: Hará calor; y lo hace.”
 
En el Medio Oriente se puede ver soplar el viento de manera literal por medio de un polvo característico en el aire. El viento cálido del sur trae unas nubes de denso polvo, opacando los aires con un tinte amarillento y misterioso. A veces esas nubes amarillas pasan bastante elevadas, pero en otras ocasiones, bajan a tierra, y ocasionan una tormenta de polvo que dejan todo cubierto con una molesta capa de sucio. Fuertes vientos hacen que las partículas de tierra penetren estrechas rendijas, incluyendo los ojos y la boca de toda persona y animal. Tales tormentas son muy peligrosas para el que conduce en la carretera, y causan gran sufrimiento a las amas de casa.
 
En hebreo, los vientos cálidos se llaman “sharav”, y en árabe, “jamsín”. Éstos queman rápidamente las plantas y la hierba verde, dejando todo el paisaje de color marrón durante los próximos meses de verano. Sin embargo, los vientos del sur son necesarios para que los árboles frutales y viñedos tengan una adecuada polinización. El olivo, como también el granado, el dátil y la uva, requieren un período extenso de calor para completar su proceso de polinización y así producir abundante fruto durante la cosecha de otoño.
 
Los israelitas en tiempos bíblicos entendían muy bien el delicado balance que se requería entre la humedad creada por los vientos del norte, y el calor que traen los vientos del sur. Si llega el viento del sur demasiado temprano, no se forman adecuadamente los granos de cebada y trigo, provocando un fracaso en la cosecha. Por otro lado, unos vientos norteños muy tardíos podrían hacer que el polen de las flores se pierda, lo cual reduciría drásticamente la producción del fruto.
 
SIETE OPORTUNIDADES PARA CONFIAR EN DIOS
 
Los efectos climatológicos sobre el patrón de la siembra y la cosecha en Israel tienen un evidente impacto sobre las Siete Especies. Durante las cinco semanas entre Pésaj y Shavuot (Pentecostés), cada una de las Siete Especies atraviesan cambios críticos en su desarrollo. Se asoman los primeros higos, se comienzan a formar los granos de trigo y cebada, y son polinizadas las flores del dátil, granado, olivo y la uva. Todos estos cambios ocurren durante el momento más turbulento e impredecible del clima en Israel, lo cual podría ocasionar una cosecha desastrosa o una abundante.
En Egipto, los israelitas no tenían que depender de la lluvia, ya que el Río Nilo producía suficiente agua para irrigar las cosechas. Pero en su nueva tierra de Canaán, los vientos eran cruciales para la producción agrícola, porque éstos traían la lluvia. “La tierra a la cual entras para tomarla no es como la tierra de Egipto de donde habéis salido, donde sembrabas tu semilla, y regabas con tu pie, como huerto de hortaliza. La tierra a la cual pasáis para tomarla es tierra de montes y de vegas, que bebe las aguas de la lluvia del cielo...yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo, la temprana y la tardía; y recogerás tu grano, tu vino y tu aceite. Daré también hierba en tu campo para tus ganados; y comerás, y te saciarás” (Deut. 11:10-11, 14-15). La referencia a “regar el huerto con los pies” tiene que ver con el método antiguo de irrigar los sembrados a orillas del Río Nilo, lo cual se acostumbra hacer aún al día de hoy.
 
Cuando los israelitas escucharon a Moisés, comprendieron que los métodos agrícolas serían diferentes en la Tierra Prometida.¿Estarían anhelando en su corazón regresar a la vida anterior, donde no tendrían que preocuparse por si cayera suficiente lluvia para cosechar su alimento?¿Estarían deseando poder cultivar frutas y vegetales que no dependieran de la lluvia? Después de todo, Dios dijo que era una tierra de leche y miel (Éx.15:5; Ezeq. 20:6). Pero esa abundancia no les llegaría de manera tan fácil.
 
Cuando Dios le enseñó la tierra por primera vez al pueblo de Israel, le dijo algo que modernamente hemos interpretado de manera equivocada por no entender sus patrones climatológicos. Interpretamos el pasaje de Deuteronomio 11 de la siguiente manera: “Yo les doy esta maravillosa tierra llena de una variedad de frutas para todas sus necesidades. Entren y disfrútenlas.”
 
Sin embargo, lo que Dios realmente dijo fue: “Yo les doy una tierra que producirá granos, árboles y plantas, pero éstas requieren de lluvia a su tiempo y en la cantidad precisa. Es una tierra irrigada, no por canales de irrigación como las que conocían en Egipto, sino por las lluvias del cielo que Yo les enviaré. Su sobre vivencia en esta tierra depende totalmente de Mí.”
 
Es probable que esas palabras hayan infundido temor en los corazones de los israelitas. El Dios del universo retaba a Su pueblo para que entrara a un mayor grado de dependencia como nunca antes había experimentado. Las Siete Especies no eran una simple lista de comestibles que Dios les prometía dar, sino que representaban un reto para que dependieran totalmente de Él. Año tras año, les ofrecería siete oportunidades para confiar en Él a través de la cosecha de las Siete Especies. ¿Obedecerían a Dios, confiando en Él para que les envíe los vientos del norte y del sur en su tiempo apropiado?¿O se apartarían tras el dios cananeo de la tormenta, Ba'al, y la diosa de la  fertilidad, Astarte? Tristemente, algunas veces los israelitas dejaron de confiar en Dios. Pero siempre hubo un remanente que permaneció fiel a Dios, quienes aceptaron el reto de las Siete Especies. Obedecieron a Dios, y confiaron que Dios les iba a proveer.
LO MEJOR DEL HOMBRE NO ES LO MEJOR DE DIOS

Es interesante notar que cuando Jacob, 400 años antes, seleccionó “lo mejor de la tierra” para enviar un regalo al faraón de Egipto (Gén. 43:11), sólo uno de los regalos era de las Siete Especies. Esas especies dependen de la lluvia, y la tierra de Canaán atravesaba en esos momentos por una severa sequía. Todas las cosechas habían fracasado. Sin embargo, los regalos que envió Jacob al faraón incluían almendras y nueces, las cuales florecen temprano en la primavera y requieren poca lluvia, además de resinas de árboles y arbustos. Esos regalos eran evidencia de una tierra privada de toda cosecha doméstica, y obligada a producir sólo lo que pudiera sobrevivir la sequía.
Lo único que envió Jacob que pertenecía a las Siete Especies fue la miel. Algunos eruditos bíblicos opinan que esa miel era realmente miel de abejas, la cual podría ser elaborada utilizando polen de flores silvestres que aún florecen en medio de sequías extremas, o quizás de dátiles que habían conservado, a duras penas, de las cosechas anteriores.
 
Jacob ciertamente envió lo mejor que tenía. Pero Dios tenía otro concepto de “lo mejor”. Su definición de “lo mejor” es algo que se obtiene, no por la seguridad y confianza en uno mismo, sino por la obediencia y confianza en Él.
 
PRODUCIENDO FRUTO EN TIEMPOS DIFÍCILES
A menudo pensamos que si las circunstancias fueran más fáciles, podríamos ser más fructíferos para el Señor. Decimos: “Si tuviera más tiempo, o más dinero, o si las tormentas bajaran, o si este desierto terminara, sería más productivo para Dios.” Pero producir fruto para Dios no se logra cuando la vida es fácil, cuando le podemos servir con nuestra propia fuerza y nuestros propios recursos. Así como las Siete Especies el fruto más dulce se produce durante los tiempos más tormentosos de la vida.
Los distintos vientos son necesarios para producir diferentes frutos. Necesitamos vientos cálidos, y largos días de aparente sequía, mientras nos preparamos para una buena cosecha. También necesitamos las heladas tormentas de invierno que traen consigo fuertes lluvias, para que nuestras raíces crezcan de manera profunda, y nuestras vidas sean enriquecidas y llenas del fruto del Espíritu Santo. Gálatas 5:22 dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza...”
Pablo oró para que los colosenses pudieran andar “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col.1:10). Santiago dijo: “...Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” (Sant.5:7-8).
No existimos simplemente para resolver los problemas del diario vivir, aplazando nuestro servicio al Señor sólo para cuando tengamos el tiempo, la energía o las finanzas. Cada reto, problema o prueba nos ofrece una oportunidad para confiar en Dios dentro de ese preciso momento. Así como los israelitas dependían de Dios para que pudieran cosechar las Siete Especies debemos poner nuestra confianza en Él para que podamos producir fruto.
El Dios de Abraham, Isaac y Jacob siempre fue fiel para suplir las necesidades de los israelitas cuando los introdujo a la Tierra Prometida. Las Siete Especies proveyeron anualmente siete oportunidades para que pusieran su confianza en Dios, y Él no les falló. Nuevamente hoy día, Dios provee a Su pueblo judío en la tierra de sus antepasados. Los ha traído de regreso, está restaurando Su Pueblo en la tierra, y restaura la tierra en servicio a Su pueblo.
Durante estos tiempos tormentosos, a medida que confiemos en Él, también veremos Su fidelidad hacia nosotros. Dios es Señor de los vientos del norte y del sur, de las tormentas y de los días  soleados. Permitamos que Dios envíe el soplo de Sus vientos en nuestras vidas, para que podamos producir todo el fruto del Espíritu para Él.

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